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jueves, 16 de diciembre de 2010

PARA TENER EN CUENTA


En los centros médicos tendría que haber espejos, ¡qué ocurrencia! me dirían algunos pero creo que sería una buena idea. Cuando entro en una sala de espera, observo a las personas, labios apretados, ojos preocupados, gestos de fastidio, silencios profundos, suspiros, voces en alto contando sus más y sus menos. Los espejos se convertirían en un entretenimiento, en una chispa de complicidad entre los pacientes, el dolor sería menos al querer dibujar una sonrisa.
Un espejo en ese lugar tan frío con pretensiones de ignorar nuestra presencia se convertiría en un aliado por un momento.
Un espejo también puede resultar incómodo en lugares públicos, por timidez, por pudor, como un ataque a la intimidad.
Los espejos están en muchos lugares no como adorno, no para deleite sino como vigilantes de los más mínimos gestos, controlando hasta el volátil segundo de un parpadeo, pero su presencia en los ascensores es para hacer el sube baja mas corto.
¡Ahh...! una miradita al espejo... ese resplandor de un instante, ese instante de luz de mil soles, esa luz de luna, el retrato eterno del ahora, de Dios, de siempre.

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