A Tamara Jardín la llaman asi porque es en su casa donde existe el único jardín de esa ciudad fria, gris y ventosa, adonde Tamara llegó cuando la juventud empezaba a esquivar a la madurez. Tamara tiene la risa fuerte, todos saben que es ella cuando se rie aunque no le vean la cara.
Le gustan los colores alegres, a veces estridentes y siente apego por la música a buen volumen, por eso los vecinos creen que su jardín es hermoso, los árboles y las flores crecen con esa energía musical mezclada con la risa de Tamara enfrentando al viento helado que pretende lastimar la sensibilidad de la naturaleza.
Tamara Jardín tiene ansiedad por descubrir cosas a cada instante, por eso decidió crear el más bello espacio de toda la comarca. Solamente la grandiosidad de la Madre Tierra, le podía ofrecer ese privilegio y quizás hasta el sol quedaría cautivado...
Tamara parece superficial, pero no lo es, no sabría vivir sin la elegancia, sin la bondad, sin la armonía de la belleza, sin los alicientes de esa dulce burbuja que es también felicidad...
Cuando era niña, cuatro o cinco años, su piel bebía a escondidas los perfumes de su madre dejando intensa huella en el aire, y es que Tamara siempre utilizó la belleza para llamar la atención, por eso algunos creen que es un rasgo de su ego.
Dialogar con la belleza le sirve para emanciparse de las heridas... Dios también es belleza y Tamara Jardín cree en Dios.
Le gustan los colores alegres, a veces estridentes y siente apego por la música a buen volumen, por eso los vecinos creen que su jardín es hermoso, los árboles y las flores crecen con esa energía musical mezclada con la risa de Tamara enfrentando al viento helado que pretende lastimar la sensibilidad de la naturaleza.
Tamara Jardín tiene ansiedad por descubrir cosas a cada instante, por eso decidió crear el más bello espacio de toda la comarca. Solamente la grandiosidad de la Madre Tierra, le podía ofrecer ese privilegio y quizás hasta el sol quedaría cautivado...
Tamara parece superficial, pero no lo es, no sabría vivir sin la elegancia, sin la bondad, sin la armonía de la belleza, sin los alicientes de esa dulce burbuja que es también felicidad...
Cuando era niña, cuatro o cinco años, su piel bebía a escondidas los perfumes de su madre dejando intensa huella en el aire, y es que Tamara siempre utilizó la belleza para llamar la atención, por eso algunos creen que es un rasgo de su ego.
Dialogar con la belleza le sirve para emanciparse de las heridas... Dios también es belleza y Tamara Jardín cree en Dios.
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