La voz de un lugar es la soberanía de sus habitantes, es su digninidad.
La voz de un lugar se escucha cuando aúlla el viento, cuando su gente ríe y llora, cuando sus protestas resucitan a la justicia apaleada. La voz de un lugar es la independencia de las opiniones, es la relación entre la agitación y la mansedumbre, entre lo minúsculo y lo grandilocuente, los dos a fuerza de improperios.
La voz de un lugar son los caminos por andar, es la tierra húmeda, las tardes de sol, la educación, la cultura, es su historia y cómo la cuentan; la experiencia y el tesón de su gente también dan sonido a la voz.
La voz de un lugar es la herida que no cierra, es la conquista del amor para siempre.
La voz de un lugar debe sonar clara y escucharse con atención sin importar que la repetición de los sonidos sean más graves o más agudos.
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