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domingo, 23 de diciembre de 2012
domingo, 9 de diciembre de 2012
CÁNDIDA
martes, 4 de diciembre de 2012
LUNA DE JUVENTUD
Bernardo Benjui tenía el pelo rubio, rizado, su cuerpo rotundo, blando, de ojos verdes, sonrisa tímida pero seductora; conoció a Mireia una noche azul en un club absorbido por las luces de neón donde tocaba con alegría aquellos ruidosos platillos que formaban parte de la orquesta juvenil.
Mireia, alta, risueña, inexperta en casi todas las cuestiones sociales nocturnas, le miró a los ojos, nada más entrar, y se preguntó: ¿Me gustan los chicos de ojos claros?...
Siempre había soñado con un hombre de ojos oscuros y Bernardo era rubio... pero tenía aquella sonrisa que la cautivó profundamente.
Bailaron, se apretaron, se olieron, y los besos robados, así sin más... el sabor de aquellos momentos quedaron para siempre en el corazón de Mireia.
Bernardo ya no tocaba los platillos. Su recuerdo era como un baño de agua bendita para Mireia. Se buscaron como pétalos perdidos, deshojados. No se volvieron a ver.
Las lunas de juventud, las noches azules, las orquestas, fueron diferentes para ellos.
domingo, 25 de noviembre de 2012
YO
Liberto Tiveli tenía una especial manera de ser tanto para lo que se calificaba como bueno, como para lo que se dudaba si era malo.
Había empezado a tener experiencias sexuales muy joven, pero nunca había estado realmente enamorado. El apego que sentía por si mismo lo apartaba del verdadero sentimiento del amor.
Todos los días realizaba el camino hacia el trabajo arriba de un ciclomotor de los años sesenta, que él mismo había pintado y repintado de amarillo y verde y se las había ingeniado para colocarle un pequeño toldo que le resguardara del sol recalcitrante y de la enojosa lluvia. Y es que Liberto protestaba por todo, era superticioso hasta el punto de que no repetía modelo ni color de calzoncillos en un mes, porque según él sus proyectos no avanzaban. Otra manía era lavarse los pies antes de entrar en la casa, peinarse dando la espalda al espejo del baño para luego mirarse de cuerpo entero en el de la puerta de la cocina, donde había puesto uno de grandes dimensiones para que se reflejaran los alimentos, que según él decía, atraía la abundancia.
Liberto Tiveli, era aún joven para algunos quehaceres de la vida, pero la madurez, empezaba a asomar su vaivén. Ensimismado en ese pensamiento, cruzó el jardín tocando con las dos manos el único árbol de tronco grueso y añejo. Salió presuroso en su ciclomotor verde y amarillo, seguía cavilando en esa madurez... Otra vez con las superticiones. Paró el ciclomotor y empezó a correr por las calles vacías, su corazón latía con fuerza, debía hacer algo -pensó- no consentiría que esa madurez le alcanzara. Se rodearía de cosas bellas, sus amigos serían todos jóvenes, empezaría a leer cuentos para niños... El ego perseguía a Liberto de forma destructora.
Volvió a su casa desanimado, pero dispuesto a reflexionar. No sabía por donde empezar, se miró en el espejo de la cocina, las grandes zancadas tragaron los escalones que llevaban a la parte alta de la casa y en el espejo del baño se miró de frente abriendo los ojos y la boca al mismo tiempo, estiró los brazos, se miró de perfil y descubrió la nariz mas afilada y recordó que su abuela solía decir que cuando eso pasa, es que los siglos van cayendo encima. Liberto se horrorizó, empezó a hacer muecas...
La luz del día golpeó en su ventana, su compañera dormía, se levantó despacio, se miró en el espejo y se sintió feliz.
LLUVIA DE AMOR
domingo, 4 de noviembre de 2012
LA PAVA DEL MONTE
Los días nublados, Adelita no llevaba sombrero porque sus ojos le iluminaban el sendero hacia las montañas, hacia el límite con el cielo, hacia la medianía con las nubes...
Adelita Yacuiba abría allí la cerradura de sus emociones, de sus sentimientos más grandes, de su amor por el mundo. Ese era su secreto. Solamente lo gritaba cuando sus ojos del color de la amatista resplandecían. Gritaba tan fuerte que casi se quedaba sin aire, jadeando aceleradamente.
El eco de su grito rebotaba en el infinito y se hundía tierra abajo clamando amor, deseando justicia, aborreciendo la caridad, hermana de la falsa concordia agitada por los usurpadores del bien, los conquistadores de la codicia, los atropelladores de la sensibilidad humana, de las raíces, de los colores...
Adelita, allí arriba saboreaba trozos de cielo, lamía el suelo de la montaña, volvía a gritar y vomitaba su secreto al sembradío de nubes, a las celdas de la tierra...¡Amor! ¡Amor!, y bajaba henchida de luz, golosa de amor, y subía y bajaba...
La pava del monte la llamaban algunos cuando la veían cruzar corriendo con angustia, o mirando despacio aquí y allá, entreteniéndose con placer, dibujando a cada paso el eco de su luz...
¡Adelita! le gritaban burlándose. No hacía caso, seguía atenta a sus pasos, rauda para llegar a lo más alto de las montañas, donde la unión de la naturaleza era sublime. Trepaba las laderas con fascinación, con desespero, con esperanza. Impaciente. Ansiosa por volver a gritar su secreto, jadeante por sentirlo otra vez ir y venir entre las puertas celestes y las rejas estrechas. ¡Amor! ¡Amor! ¡Amor!
Adelita Yacuiba, la pava del monte, la de los ojos color de la amatista, la de la piel marrón chocolate y húmeda.
jueves, 15 de marzo de 2012
EL AVIÓN DE MADERA
Amalia Jericó entró en la sala más grande de la casa con aires de seguridad y una alegría ficticia, ensayada que conocían bien quienes sabían de sus secretos.
Miraba hacia uno y otro lado sonriendo, moviéndose nerviosa por la alfombra azul brillante que únicamente se pisaba en las grandes ocasiones, recreándose en la colección de cuadros surrealistas, que adornaban las paredes, se detuvo ante uno que se titulaba "FINAL FELIZ" y que a ella le atraía especialmente porque había maletas de cristal que en el interior tenían arcos iris entrelazados, botellas de miel y estrellas diluyéndose por las comisuras del lienzo aunque lo que más llamaba la atención de Amalia era esa mujer que se veía al fondo del cuadro sentada sobre el ala de un avión de madera.
Amalia Jericó es una mujer con ansias de ser amada, que se ilusiona hasta el infinito sin el más mínimo esfuerzo y sin que exista más argumento que el de su imaginación, ni otro personaje: sólo ella.
Aquella tarde había convocado a la reunión a sus amigos más cercanos, excluyendo a su familia porque según ella no la comprendían ni aceptaban su visión de la vida.
Todos esperaban el anuncio feliz que iba a hacer, Amalia movía sus ojos desesperadamente buscando al que le iba a acompañar a dar la noticia, no lo veía, no lo encontraba, no olía su perfume, ni percibía su porte gimnástico, mientras los invitados disfrutaban de la música y los cócteles.
Amalia se ponía nerviosa, bajaba los párpados como era habitual en ella cuando algo no le estaba saliendo bien, buscó su teléfono en el pequeño bolso para hacer llamadas investigadoras...de repente, lo vio, allí estaba, Gary como a ella le gustaba llamarle, caminó hacia él con pasos rápidos y cortos, lo agarró de la mano, y le miró a los ojos, algo no estaba funcionando según sus preparativos, entonces, ensayó otra sonrisa amplia insinuándole que hiciera lo mismo, Gary le puso levemente la mano en la cintura y se dirigió a los invitados para agradecerles su asistencia, besó a Amalia en la frente y desapareció...
Un caos de murmullos desfilaba hacia la salida.
Amalia Jericó esperó a quedarse completamente sola y muy despacio, con pasos cortos y pesados y fue a mirar otra vez el cuadro del "FINAL FELIZ" y vio que el piloto del avión de madera también había desaparecido.
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