María de las Talitas era conocida por las ramas con diminutas bolitas naranjas que adornaban su cabeza y que a lo largo de los años se habían convertido en rayos de sol enroscados entre las ondas de su pelo, que solo desplegaban su luz cuando salía el arco iris.
Nadie sabía la edad de Maritali como la nombraban los que la envidiaban por la juventud de sus maneras.
María de las Talitas le puso su madre porque era el nombre de un árbol milenario con dulces frutos de color naranja que las niñas comían a puñados para que la fragancia de la voz palpitara en los oídos del hombre que sería su compañero en la vida.
La primera vez que María trepó al árbol tuvo que hacerlo sola, sin ayuda, subió a la más alta rama con prisa, con pasión, sintiendo ese placer amontonado de la juventud y saboreó las bolitas más dulces, las primeras, las más tiernas, y cuando su garganta supo de la satisfacción de ese dulzor del color del sol del alba, abrió la boca para que el perfume de su aliento se entreverara con el viento de las cumbres del norte.
María de las Talitas siempre supo que el compañero de su vida vendría de lejos, que tendría los ojos y el pelo teñidos con la bravura del mar y lo reconocería por la esencia de los vientos impregnada en su piel y el sabor de los besos...
María de las Talitas era un homenaje a todas las mujeres que se atrevían a trepar árboles para buscar, y sentir sin temor el aroma del hombre que sería el compañero de vida...
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