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domingo, 2 de enero de 2011

LOS RIOS Y LA MAR


Siempre me han gustado los ríos, aún después de ver el mar por primera vez. El mar es tan hermoso, tan absoluto, atractivo, tan precipitado en su belleza.
La mar como la piropean los marineros, es la eterna novia, la madre posesiva, la amante callada, la amiga de siempre. Es la morada por elección y a veces, por obligación.
Los ríos en cambio tienen los sentidos del primer amor, tienen el perfume del alba en verano.
Aún en invierno, en la soledad de sus dias, recibiendo la abundancia blanca de las cumbres, invitan a mirarse en ellos, mientras sus aguas corren apresuradas en busca de otro escenario.
Los ríos son como las primeras letras, al principio se les mira con curiosidad, con miedo, con ansioso interés, hasta que poco a poco llega el descubrimiento, la afinidad. Los ríos son como muchachos llenos de energía, despreocupados en busca de nuevas emociones. No importa si sus riberas están más o menos ataviadas, porque la propiedad de sus colores los convierten en bellas acuarelas.
Algunos ríos tienen esa mansedumbre de un estanque olvidado, o se alborotan sin permiso.
Los ríos albergan la sustancia del planeta, son fuentes vivas, o espejos de ceniza que anhelan convertirse en corazones sonoros.
Los ríos siguen siendo hospedajes de lujo, algunos han ido claudicando y se detienen en su viaje, asfixiados, doloridos, deseosos de sentir otra vez el baño de espuma blanca que las cumbres le regalan.

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