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domingo, 23 de diciembre de 2012

LA CHIQUITA DE PLATA


Las mañanas de Semana Santa siempre habían sido soleadas y ventosas pero aquel año el frío y la lluvia aún seguían imponiéndose.
Agustina Sanmartín decidió buscar un destino mas tropical pero tradicional en cuestiones religiosas. Encontró una pequeña ciudad en unas islas del Atlántico y allí se fue con todo un cargamento de libros sobre Santos verdaderos y otros, a los que no les alcanzó el tiempo para serlo.
Agustina estaba encantada hasta la ciudad tenía un nombre que le iba perfecto a esas fechas, "Las Santas".
Las Santas tenía más rasgos de pueblo que de ciudad pero eso no importaba. Los campanarios de las iglesias se engalanaban con colores brillantes para llamar la atención de la gente pero en su interior todo era austero, silencioso, el público acudía con calzado especial para no hacer ruido y muchos entraban descalzos, agarrados de las manos en un acto de unidad interior.
Agustina llevaba puesto un traje blanco, un collar de amatista y plata, sandalias de corcho y cuero blanco; en las manos un rosario antiguo que había pertenecido a su abuela y el pelo recogido. Como único maquillaje, los restos que habían quedado en sus labios al lamer una cucharada de miel antes de salir.
Visitó varias iglesias, cada una tenía su particularidad. En la ciudad de Las Santas nadie era ajeno a los días de los Misterios de Jesús, hasta los niños hacían dibujos y confeccionaban muñecos con mucha dedicación, recitaban, cantaban en coros sobre tarimas altas para que se les escuchara con claridad.
Agustina Sanmartín presenciaba todo con gran asombro y devoción y pensó que nunca había estado más acertada en la elección de un viaje.
Antes de que el día terminase se dirigió a la iglesia más pequeña de la ciudad que todos conocían como "La chiquita de plata". Sus dimensiones eran tan escasas que solamente cabían trece personas. Las paredes estaban cubiertas con monedas de plata que se habían encontrado en el fondo marino dentro de cofres, sueltas, muchas oxidadas o mordidas por los peces.
Con las monedas habían formado cruces, ángeles y con otras, lámparas regias que iluminaban la fachada.
La chiquita de plata tenía las puertas abiertas de día y de noche, Agustina aprovechó para examinar esa reliquia que  había sido construida a finales del sigloXV sobre un terreno de tierra gruesa y oscura que nunca se vendió porque decían que aquel terreno tenía pinta de ser muy bendito y que sería para edificar algo grande.
Los habitantes de Las Santas sabían cuando  algo era bueno o malo.
Agustina se sentía cansada, su traje blanco estaba ya polvoriento, el collar de amatista se le pegaba a la piel húmeda pero aún así decidió continuar con la visita. Se daba cuenta que la construcción era una obra de arte, la cúpula central en forma de pirámide, atrapaba la luz del sol de tal manera que al reflejarse en la tapicería las monedas parecían diamantes. El altar era rectangular con un círculo en el medio que sobresalía unos centímetros para elevar la posición del Libro Santo.
Agustina se preguntaba porqué algo tan bello y que ofrecía tanta calma, estaba tan lejos de su casa. Le rondaba una idea, pero no quería... no...no, sería una locura, otra más...
Volvió al hotel con cierta prisa. Entre los libros de santos verdaderos había uno al que le tenía mucha fe, sus creencias religiosas eran fuertes y de hondos cimientos, ese libro lo había heredado de su abuela como el rosario, lo abrió así, sin pensarlo mucho, en la página 29 decía:"alienta tu espíritu", no era la respuesta que esperaba pero quizá más adelante entendería...
Lo cierto es que Agustina Sanmartín necesitaba paz interior y La chiquita de plata tenía ese aliento, esa paz, esa luz. En esto pensaba cuando de sus ojos empezaron a brotar destellos violetas y lágrimas con aroma a dalia, la flor preferida de su  abuela, así estuvo un largo rato, comprendió que la respuesta de la página 29 era la correcta porque como en otras situaciones excepcionales de su vida el aroma a dalia salía de sus ojos con fuerza y la impregnaba toda para que se sintiera segura.
Cuando volvió a la iglesia más pequeña de Las Santas para oír el ritmo de paz de su sangre, para sentirse amada, para saber de su propósito en la vida, para sentirse limpia, porque ya las sombras le eran ajenas, porque no consentiría más las penas, otra vez las lágrimas brotaron, otra vez la inundó el aroma a dalia. Miraba a uno y a otro lado, nerviosa, con ansia de una respuesta, entonces sucedió que al mirar hacia el altar vio junto al Libro Santo una dalia. ¡Sí!
Las Santas era un lugar para quedarse, había buena tierra, gruesa, oscura, seguro que las dalias crecerían con fuerza y su perfume envolvería a toda la ciudad.

domingo, 9 de diciembre de 2012

CÁNDIDA


María Cándida Paula Anunciata de las Estrellas Vram Santos, haría honor al significado de cada nombre que su tía abuela había casi exigido ponerle por haber pertenecido a otras mujeres de la familia.
El dilema vino cuando hubo que decidir con cual de los nombres sería llamada. La decisión de su madre fue que la llamaría Anunciata porque podría utilizar diminutivos como Anun, Nunci, Anunciatita y porque desde el vientre la recién nacida le estuvo transmitiendo cosas como que trabajara más la intuición, que paseara por los palmerales que había cerca de la costa, que mirara al cielo en los días nublados para recibir indicaciones de los ángeles que le aconsejarían como planificar su vida.
Anunciata no era una niña tranquila, lloraba explosivamente cuando no eran los brazos de su madre los que la sostenían.
Un día alguien quiso acariciarla y Anun abrió la boca, apretó con sus encías fuertemente hacia adentro, severamente y una loncha de piel se le quedó entre las comisuras de los labios... La tia abuela quedó espantada y decidió hacer la promesa de caminar descalza durante una semana, a ver si con ese sacrificio, los ángeles devolvían a Anunciata la dulzura de un bebé.
La madre, quedó muy preocupada, desde aquel suceso, algunos vecinos dejaron de saludarla y nadie quería ser contratada para ayudar en las tareas domésticas.
Anunciata susurraba a su madre que caminara al amanecer alrededor de las rosas del jardín para que las viera sin espinas y de paso, recogiera algunos pétalos para ponérselos dentro de los zapatos, eso le daría una fragancia inusual a toda su piel y le facilitaría el camino a seguir en la vida.
La madre de Anunciata era joven, tímida pero resuelta en sus decisiones, aunque por momentos se sentía desconcertada... Con su primera hija, había una unión profunda, sensible, llena de luz, pero nunca imaginó que una recién nacida podría leer los pensamientos o aconsejarla.
Una mañana, mientras Anun estaba siendo amamantada, la madre vio deslizarse desde su boca de bebé, pequeñas estrellas que se quedaban adheridas a su pecho, ambas, se dieron cuenta casi al mismo tiempo del acontecimiento, la niña, dejó de succionar, levantó los ojos y lamió las estrellas del pecho materno. Más tarde supieron que las estrellas significaban otra vida en el vientre.
   

martes, 4 de diciembre de 2012

LUNA DE JUVENTUD

Bernardo Benjui tenía el pelo rubio, rizado, su cuerpo rotundo, blando, de ojos verdes, sonrisa tímida pero seductora; conoció a Mireia  una noche azul en un club absorbido por las luces de neón donde tocaba con alegría aquellos ruidosos platillos que formaban parte de la orquesta juvenil.
Mireia, alta, risueña, inexperta en casi todas las cuestiones sociales nocturnas, le miró a los ojos, nada más entrar, y se preguntó: ¿Me gustan los chicos de ojos claros?...
Siempre había soñado con un hombre de ojos oscuros y Bernardo era rubio... pero tenía aquella sonrisa que la cautivó profundamente.
Bailaron, se apretaron, se olieron, y los besos  robados, así sin más... el sabor de aquellos momentos quedaron para siempre en el corazón de Mireia.
Bernardo ya no tocaba los platillos. Su recuerdo era como un baño de agua bendita para Mireia. Se buscaron como pétalos perdidos, deshojados. No se volvieron a ver.
Las lunas de  juventud, las noches azules, las orquestas, fueron diferentes para ellos.