Repentina, tenía la costumbre de mirarse en el espejo retrovisor del camión, siempre que la trasladaban de un hipódromo a otro, los que la conocían, sabían cual era su debilidad.
Una mañana de domingo, apareció tirada sobre un montón de piedras blancas que se habían vuelto transparentes de tanto estar en el agua del río helado que pasaba por allí.
Repentina era joven, del color del bronce, brillante, y también muy testaruda. El camión había llegado, pero ella seguía extasiada mirándose fijamente en las piedras cristalinas y heladas.
Repentina era vanidosa, todos la mimaban, pero esa mañana de domingo estaba diferente, seguía allí, junto al río, sin ponerse de pié, demasiado quieta, ni siquiera abría y cerraba los ojos en señal de seducción, sino que seguía mirándose fijamente en las piedras transparentes.
De pronto vieron resbalar su imagen en el agua del río, todos se sorprendieron, ¡Repentina, Repentina! ¡Vuelve aquí! pero ella no hacía caso, el bronce brillante de su cuerpo se balanceaba en el río en señal de despedida, mientras el cristal helado de las piedras se había apoderado de sus ojos otra vez...